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A lo largo de la historia, filósofos de renombre como Castel, Perrie, Rousseau y Kant han estudiado el concepto de “paz”, asociándolo principalmente con la ausencia de guerra. Con el tiempo, su significado se amplió para incluir otras formas de violencia, como la económica, doméstica, familiar, laboral, infantil y educativa.
En este contexto, la paz puede entenderse en dos dimensiones principales: la paz negativa, concebida como la no-guerra, y la paz positiva, basada en la no-violencia (Ventura Soriano y Torres Ruiz, 2018, p. 158). Adicionalmente, Norberto Bobbio propuso una perspectiva jurídica y moral, distinguiendo entre paz interna y paz externa. La paz interna, o de conciencia, se relaciona con la ausencia de conflictos individuales, es decir, la lucha contra nuestros problemas emocionales. Por otro lado, la paz externa se refiere a la ausencia de conflictos o violencias entre individuos o grupos (Bobbio, 1999, p.158).
A partir de lo expuesto, podemos entender mejor las concepciones de paz y violencia, ya que ambas se reflejan en distintos ámbitos normativos. Por un lado, las legislaciones internas, que establecen los deberes del individuo consigo mismo, fomentando la paz interna. Por otro, las legislaciones externas, que regulan las obligaciones hacia los demás, contribuyendo a la paz social y colectiva (Bobbio,1999, pp. 158-160).
No obstante, los supuestos señalados en el párrafo anterior convergen en la mayoría de los imaginarios, pues garantizar la paz interna requiere el fiel cumplimiento de los derechos y libertades. Esto, a su vez, conduce a una paz externa, ya que cuando estamos en armonía con nosotros mismos, fortalecemos una paz social sólida y duradera, reduciendo, con el tiempo, la frecuencia y la intensidad de los conflictos (Ferrajoli,2010, p. 44).
Finalmente, la última dualidad categórica de la violencia es la que tiende a dividir a este concepto en paz negativa y la paz positiva. La primera se entiende como una “no-guerra”, es decir, la ausencia de violencia personal, terrorismo, disturbios o conflictos bélicos. En contraste, la paz positiva se concibe como una “no-violencia”, ya que implica la ausencia de violencia estructural en términos amplios, como la pobreza, el hambre, la discriminación, el sexismo, el clasismo o la contaminación (Pérez Sauceda, 2015, pp. 122 y 123).
Desde esta perspectiva, la paz se define como la ausencia de violencia en términos generales, abarcando la violencia directa (física o verbal), estructural y cultural, dirigida tanto a los seres humanos como a la naturaleza. Por consiguiente, la no-violencia, la tolerancia, la democracia, el desarrollo, el entendimiento y el pleno respeto de todos los derechos humanos y a la diversidad son conductas interrelacionadas que se refuerzan mutuamente (ONU, 2007). Además, las prácticas de mediación y arreglo pacífico de los conflictos, junto con la formación de consensos, contribuyen a resolver problemas considerando los sentimientos, emociones e intereses de las personas afectadas. Todas estas alternativas constituyen valores fundamentales para la paz positiva y, en consecuencia, para la cultura de paz (Pérez Sauceda, 2015, p. 110).
La paz no solo se manifiesta en un entorno libre de conflictos, sino que requiere un proceso que promueva su resolución de manera cooperativa. En esta línea, las Naciones Unidas definen la cultura de paz como un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida basados en el respeto a la vida, la erradicación de la violencia y la promoción de la no violencia a través de la educación, la cooperación y el diálogo. Por ello, para consolidar una cultura de paz, es fundamental respetar y promover los derechos humanos, buscando siempre solucionar los conflictos por vías pacíficas (ONU, 1999, artículo 1).
Desde 1997, las Naciones Unidas han dado gran importancia a la cultura de paz, concepto que surgió en el Congreso Internacional sobre “La paz en la mente de los hombres”, organizado por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en 1989. Desde entonces, se ha considerado un objetivo cada vez más relevante a nivel mundial. Con su evolución, se han desarrollado diversos programas que transformaron esta idea en un movimiento global (ONU, 1997), hasta el punto de proclamar el año 2000 como el año de la cultura de paz (ONU, 1998).
Por lo señalado en líneas anteriores, queda claro que la cultura de paz se debe fomentar a través de la educación en valores, ya sea en el ámbito familiar o en las instituciones educativas. Las escuelas y universidades desempeñan un papel crucial en este proceso, promoviendo el aprendizaje de una cultura de paz basada en diversas formas de convivencia humana. Estas instituciones definen con claridad los valores, normas y dinámicas que deben desarrollarse en el aula.
Dada la realidad actual en México, la violencia es una preocupación importante para toda la sociedad, afecta diversos ámbitos de la vida diaria, incluido el educativo. Frente a esta problemática, las instituciones educativas han decidido desafiar el contexto, creando espacios de convivencia que fomente y enseñe la cultura de paz tanto a docentes como a alumnos.
Abordar la paz y la no-violencia en las aulas educativas es un desafío para toda la comunidad. En muchos casos, la construcción de una cultura de paz en las instituciones educativas enfrenta concepciones profundamente arraigadas en las convivencias cotidianas, ya que ciertos actos socialmente normalizados generan resistencia ante nuevas propuestas pacíficas.
Lo que genera una simulación de paz, pero no un cambio real que beneficie a todos, ya que los actos violentos persisten. Por ello, es fundamental erradicar cualquier tipo de violencia en el aula educativa y, al mismo tiempo, construir espacios que fomenten la cultura de paz. Al abordar estos temas, se está tratando de ejercer una protección pre-violatoria de los derechos humanos ante toda la comunidad educativa. En lugar de recurrir a medidas restrictivas o punitivas como la vigilancia, el control o las sanciones, se prioriza el desarrollo de habilidades que fomenten una sana convivencia en los espacios educativos.
Fomentar una cultura de paz permite identificar y dejar de normalizar conductas sociales y educativas que perpetúan algún tipo de violencia. El objetivo es sustituir estas prácticas por dinámicas que garanticen seguridad, respeto y bienestar para todos. Para lograrlo, es fundamental la participación activa de toda la comunidad educativa, donde cada integrante se comprometa a promover nuevas formas de convivencia alineadas con la cultura de paz.
Por ello, los institutos educativos deben considerarse espacios para la construcción de una cultura de paz, respondiendo a las necesidades sociales. Es fundamental reconocer las distintas formas de convivencia dentro y fuera de estas instituciones, con el objetivo de fortalecer el papel pacífico tanto a nivel social como individual (Ventura Soriano y Torres Ruiz, 2018, p. 157).
De esta manera, la educación cumple una doble función: es un derecho que, además de formar, impulsa otros derechos humanos. A través de ella, se constituye la paz en las generaciones jóvenes, pues cuando esta se hace realidad en las aulas, se extiende a la vida cotidiana. En otras palabras, la educación es un motor de cambio social. Por ello, las aulas deben promover una práctica más justa y solidaria, orientada a la cultura de paz y el respeto de los derechos humanos (Alvarado, 2016, p. 239).
Las escuelas y universidades, al adoptar un sistema de paz en sus aulas, contribuyen a la solución de problemas más amplios, ya que no son instituciones aisladas. La paz fomentada en las escuelas es un punto clave para el crecimiento y la estabilidad socioeconómica de la nación. Sin embargo, fomentar una convivencia pacífica y armoniosa sigue siendo un desafío, pues muchos conflictos y formas de discriminación tienen raíces profundas de índole política, religiosa, ética, cultural, familiar o histórica. Por ello, es fundamental inculcar estos valores desde la educación formal.
Por lo tanto, fomentar la paz entre los alumnos es un desafío para los docentes, especialmente cuando los actos violentos no solo provienen de las autoridades educativas, sino también de los propios estudiantes. Situaciones como el hostigamiento, la discriminación, la exclusión, el bullying y cualquier conducta que atente contra la dignidad humana siguen presentes en el entorno escolar, lo que hace aún más necesario promover una cultura de respeto y convivencia pacífica.
El papel de los docentes en la construcción de la cultura de paz es un punto de partida para impulsar otros actos en favor de los derechos humanos. Al convertirse en referentes para sus alumnos, los docentes se posicionan como promotores directos de la cultura de paz.
Sin embargo, la responsabilidad de fomentar la cultura de paz no debe recaer únicamente en los docentes. Más bien, su labor demuestra que todos pueden contribuir a transformar su entorno en un espacio pacífico y respetuoso (Ventura Soriano y Torres Ruiz, 2018, pp. 157-159). La construcción de la paz involucra a diversos actores, como el gobierno, la sociedad civil, los medios de comunicación y los organismos no gubernamentales. En este sentido, el reconocimiento de la cooperación y coordinación social es clave para alcanzar el éxito en la promoción de la paz (Pérez Sauceda, 2015, pp. 125-126).
La educación de las nuevas generaciones de profesionistas aspira a estar fundamentada e inspirada en la paz y el respeto de los derechos humanos, con la intención de construir lazos sociales en donde la ética y los valores sean la prioridad. Vinculando esa perspectiva, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha señalado que la tolerancia, la comprensión y el respeto universal en temas religiosos y culturales son puntos clave para fomentar eficientemente una cultura de paz (ONU, 2007). Dichas virtudes éticas deben de ser fomentadas en los espacios educativos para favorecer la búsqueda de la pacificación social.
Por lo señalado en las líneas anteriores, podemos observar que el papel de la comunidad educativa (alumnos y docentes) cobra un carácter de gran importancia, debido a que es en dichos institutos donde se forman los futuros ciudadanos, gobernantes o trabajadores que generarán el progreso o el fracaso de la Nación.
Bibliografía
Alvarado, K. (2016). Cultura de paz en la escuela: retos para la formación docente. Revista Latinoamericana de Derechos Humanos, 27(2), 239. https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/derechoshumanos/article/view/8943
Bobbio, N. (1999). El problema de la guerra y las vías de la paz. Altaya.
Ferrajoli, L. (2010). Democracia y garantismo. Trotta.
ONU (1999). Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, RES/53/243, 53/243, Asamblea General. https://fund-culturadepaz.org/wp-content/uploads/2021/02/Declaracion_CulturadPaz.pdf(fecha de consulta: 16 de enero de 2025).
ONU (2007). Resolución aprobada por la Asamblea General el 15 de junio de 2007, 61/271 día internacional de la no-violencia, Asamblea General, A/RES/61/271. https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n06/510/66/pdf/n0651066.pdf(fecha de consulta: 17 de enero de 2024).
ONU (2007). Resolución aprobada por la Asamblea General el 20 de diciembre de 2006, promoción del dialogo y la comprensión entre regiones y culturas en pro de la paz, Asamblea General, A/RES/61/221. https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n06/507/66/pdf/n0650766.pdf(fecha de consulta: 17 de enero de 2025).
ONU (1998). Resolución aprobada por la Asamblea General, proclamación del año 2000 año internacional de la cultura de la paz, Asamblea General, A/RES/52/15. https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n98/760/30/pdf/n9876030.pdf(fecha de consulta: 17 de enero de 2025).
ONU (1997). Solicitud de inclusión de un tema adicional en el programa del quincuagésimo segundo periodo de sesiones, hacia una cultura de paz, Asamblea General, A/52/191. https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n97/210/98/pdf/n9721098.pdf(fecha de consulta: 17 de enero de 2025).
Pérez Sauceda, J. B. (2015). Cultura de paz y resolución de conflictos: la importancia de la mediación en la construcción de un estado de paz. Revista Ra Ximhai, 11(1).
Ventura Soriano, L. y Torres Ruiz, Y. B. (2018). Hacia la construcción de una cultura de paz en las escuelas. Revista inter disciplina, 6(15). https://revistas.unam.mx/index.php/inter/article/view/63835/0(fecha de consulta: 16 de enero de 2025).
Hechos y Derechos, vol. 16, núm. 87, mayo-junio de 2025, es una publicación bimestral editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, por medio del Instituto de Investigaciones Jurídicas, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, C.P. 04510, Ciudad de México, Tel. (52) 55 56 22 74 74, http://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/hechos-y-derechos. Editor responsable Imer Benjamín Flores Mendoza. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo núm. 04-2014-052217121400-203, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, ISSN (versión electrónica): 2448-4725. Responsable de la última actualización de este número: Coordinación de Revistas del Instituto de Investigaciones Jurídicas, Ricardo Hernández Montes de Oca, Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, C. P. 04510, Ciudad de México, fecha de la última modificación: junio de 2025.
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